martes 15 de marzo - 2016

SUICIDIO CIBERNÉTICO 
Un hombre que vivía en una casa de campo y tenía dos perros buenos y fieles. Cada uno cumplía una función muy diferente. Uno de ellos, negro y de cuello largo, era quien acompañaba al dueño cuando se iba de caza, mientras que el otro, algo más pequeño y de color canela, se ocupaba de vigilar la vivienda para que no entrara ningún ladrón. Al perro cazador le gustaba salir de cacería pero siempre acababa agotado y con el cuerpo lleno de agujetas. Su misión era ir unos metros por delante de su amo oteando el horizonte y olfateándolo todo por si percibía algún movimiento extraño detrás de los arbustos. Cuando notaba que en ellos se ocultaba algún animal despistado como un conejo o una perdiz, daba la señal de alerta con un ladrido y salía corriendo para intentar capturarlo. No, no era un trabajo fácil. A veces se pasaba horas y horas sudando la gota gorda para nada, pues al llegar la noche no había conseguido atrapar ni una mosca. En otras ocasiones, por el contrario, pensaba que el esfuerzo había merecido la pena porque regresaban a casa con tres o cuatro magníficas piezas ¡Qué orgulloso se sentía cuando su amo le felicitaba con unas palmaditas en el lomo! – ¡Buen chico! ¡Eres el mejor perro cazador que he visto en mi vida! Su compañero, el perro guardián color canela, siempre salía a recibirles moviendo la cola y dando saltitos. Como buen animal de compañía que era se ponía muy zalamero con su dueño y se le tiraba al pecho para darle lengüetazos en la barbilla. Después, el hombre se dirigía a la cocina, abría la saca y les regalaba una presa. – ¡Tomad chicos, una para cada uno que a los dos os quiero por igual y así no hay peleas! Como es lógico al perro casero le parecía el mejor obsequio del mundo, pero al perro cazador no le hacía ni pizca de gracia ¿Te imaginas por qué? Pues porque no le parecía justo recibir el mismo regalo cuando solamente él había trabajado durante toda la jornada. Un día se hartó y le dijo a su amigo: – ¿Sabes qué te digo? ¡Me siento muy ofendido por lo que está pasando! Yo me paso las tardes enteras cazando mientras tú te quedas aquí tan ricamente tumbado sobre una esterilla tomando el sol. Su amigo le contestó sin mover ni un músculo y como si la cosa no fuera con él. – Reconozco que tu trabajo es muy duro y en cambio yo ni me canso, ni me muevo, ni me altero.


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