SUICIDIO CIBERNÉTICO
Un hombre que vivía en una casa de campo y tenía dos perros buenos y
fieles. Cada uno cumplía una función muy diferente. Uno de ellos, negro y de
cuello largo, era quien acompañaba al dueño cuando se iba de caza, mientras que
el otro, algo más pequeño y de color canela, se ocupaba de vigilar la vivienda
para que no entrara ningún ladrón. Al perro cazador le gustaba salir de cacería
pero siempre acababa agotado y con el cuerpo lleno de agujetas. Su misión era
ir unos metros por delante de su amo oteando el horizonte y olfateándolo todo
por si percibía algún movimiento extraño detrás de los arbustos. Cuando notaba
que en ellos se ocultaba algún animal despistado como un conejo o una perdiz,
daba la señal de alerta con un ladrido y salía corriendo para intentar
capturarlo. No, no era un trabajo fácil. A veces se pasaba horas y horas
sudando la gota gorda para nada, pues al llegar la noche no había conseguido
atrapar ni una mosca. En otras ocasiones, por el contrario, pensaba que el
esfuerzo había merecido la pena porque regresaban a casa con tres o cuatro
magníficas piezas ¡Qué orgulloso se sentía cuando su amo le felicitaba con unas
palmaditas en el lomo! – ¡Buen chico! ¡Eres el mejor perro cazador que he visto
en mi vida! Su compañero, el perro guardián color canela, siempre salía a
recibirles moviendo la cola y dando saltitos. Como buen animal de compañía que
era se ponía muy zalamero con su dueño y se le tiraba al pecho para darle
lengüetazos en la barbilla. Después, el hombre se dirigía a la cocina, abría la
saca y les regalaba una presa. – ¡Tomad chicos, una para cada uno que a los dos
os quiero por igual y así no hay peleas! Como es lógico al perro casero le
parecía el mejor obsequio del mundo, pero al perro cazador no le hacía ni pizca
de gracia ¿Te imaginas por qué? Pues porque no le parecía justo recibir el
mismo regalo cuando solamente él había trabajado durante toda la jornada. Un
día se hartó y le dijo a su amigo: – ¿Sabes qué te digo? ¡Me siento muy
ofendido por lo que está pasando! Yo me paso las tardes enteras cazando
mientras tú te quedas aquí tan ricamente tumbado sobre una esterilla tomando el
sol. Su amigo le contestó sin mover ni un músculo y como si la cosa no fuera
con él. – Reconozco que tu trabajo es muy duro y en cambio yo ni me canso, ni
me muevo, ni me altero.
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